Nuestra Razón de Ser...

La memoria permite evitar que los errores del pasado se repitan. Nunca más un Holocausto. No importa el origen, el sexo, la raza, la nacionalidad o la religión.
El recuerdo de la Shoá debe estar vivo. El número de seres humanos torturados, asesinados, sometidos a bajezas y degradados por el sólo hecho de ser o pensar diferente, es importante. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que no importa la cantidad, porque no hay ni una sola vida humana despreciable. El dolor y el sufrimiento no se cuantifican.
Pretendemos educar, informar y entregarles opiniones mesuradas y consecuentes que nos permitan abrir a la razón nuestra alma, nuestra mente y nuestros corazones.
Iniciamos nuestra jornada educativa en el Año Nuevo judío, 5770, como un símbolo de cambio y de tolerancia.

El Editor

lunes, 2 de agosto de 2010

Cercos Electrificados...

Cuando inicié la redacción de mi libro "Cenizas y Esperanzas", dedicado a narrar la historia de un sobreviviente del Holocausto, viajé a Polonia en varias ocasiones, para ver de cerca los campos de concentración y de exterminio que el régimen nazi había construído en ese país para encerrar y eliminar a quienes consideraba sus enemigos.
Muchos piensan que sólo los judíos (más de 6 millones) fueron víctimas de este sistema totalitario y genocida, olvidando tal vez a disidentes alemanes, polacos y otros, a gitanos, intelectuales, minusválidos, homosexuales, cristianos, personas con algún tipo de deformidad o enfermedad mental, soldados rusos y muchos más.
Estos recintos estaban rodeados de rejas electrificadas, cercos con púas y vallas en dos perímetros, que impedían huir y alcanzar la libertad.
El sufrimiento era tal, que muchos internos preferían morir electrocutados a una cerca, buscando afanosamente la muerte antes de seguir en ese infierno.
Además de estas barreras, había altas torres de vigilancia, con guardias armados con ametralladoras y equipados con fusiles de largo alcance. La iluminación de esos potentes focos permitía llegar a un radio de varios centenares de metros. Por lo cual, la noche no era una aliada de los prisioneros que pretendían aprovechar el descuido de los guardias para intentar huir.
En uno de mis viajes a Sobibor, campo de concentración y muerte cerca de la frontera con Ucrania, pude apreciar la gran altura de la torre de observación, (que luego fue desarmada para restauración) y desde allí fueron acribillados muchos de los que intentaron arrancar, luego de un alzamiento que dio base a una película (Escape de Sobibor).
En lo que hoy constituye el Museo de Auschwitz-Birkenau, se mantienen los alambres de púas otrora electrificados, con que se protegían los cercos más factibles de ser violados. Aunque ya no están energizados, como la naturaleza es sabia, más de 60 años después de liberados los campos, aún no se posan los pajaritos en esas cercas, ya que en sus genes aún conservan el temor de morir electrocutados.
Resulta exagerado pensar que si se utiliza como último recurso el colocar cercos de alambres electrificados o de púas, en residencias particulares o edificios para evitar la acción de los ladrones, escaladores o intrusos, esta morada se transformaría en "un campo de concentración". Esto ocurre en la comuna de Providencia, en la capital de Chile, donde por su alto nivel económico, esas viviendas se han transformado en un "atractivo bocado" para los que viven del saqueo y del pillaje.
Los residentes ven su seguridad vulnerada. Recurren a todos los elementos preventivos o disuasivos que estén a su alcance, para protegerse de los delincuentes. Las cámaras de vigilancia, las alarmas, los sensores, todo ayuda, pero nmo se resuelve el problema. Ni siquiera la presencia de guardias de seguridad y de vigilantes municipales han hecho disminuir la sensación de temor de los habitantes.
Una vez más, los inocentes están tras rejas o alambradas. Esta vez, en forma voluntaria. Durante el Holocausto fueron forzados por un régimen totalitario. Actualmente los "malos" andan sueltos y los "buenos" deben encerrarse para evitar el acecho de los delincuentes que esperan un descuido de los moradores para entrar a las casas ajenas y apoderarse de lo que esté al alcance de sus manos.
Debo aclarar que los cables electrificados por los nazis tenían 230 voltios directos, que achicharraban al instante a quien los tocara. Los cercos que se instalan en las casas y edificios provocan una descarga equivalente de 3.000 a 12.000 voltios por segundo y "el toque" es de apenas una milésima de segundo de duración, lo suficiente para que los émulos de las arañas y escaladores, no se queden con ganas de robar.
Estas alambradas electricas están reguladas por la Superintendencia de Electricidad y Combustibles. Tienen extrictas normas y exigencias y desde el año 2007, hay una ordenanza municipal en Providencia que las prohibe.
Por último, ya que recordé el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, y a quienes estuvieron detrás de sus alambradas electrificadas, permítanme rendir tributo a la memoria del sacerdote y periodista Maximiliano María Kolbe, quien dio su vida por salvar a una familia polaca que estaba condenada a morir en la cámara de gas.
Kolbe fue sometido a torturas y padecimientos, hasta que fue asesinado en su celda en el subterráneo de Auschwitz, el 14 de agosto de 1941. Fue proclamado Santo por el Papa polaco Juan Pablo II, Karol Wojtiwa, quien visitó su celda, que ahora es un santuario en ese campo de concentración y exterminio.
La comunidad entera sigue ansiosa esperando la solución a uno de sus más graves problemas, que es buscar la forma de enfrentar a la delincuencia, sin caer en lo mismo. Si aplican severas medidas o toman la justicia en sus manos, se exponen a infringir las normas y las leyes. De momento, sólo podemos decir que "El ladrón corre detrás del Juez"

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